Sabado por la mañana.
No hemos dormido apenas pero aún así no estoy cansada. Me incorporo y miro a nuestro alrededor, el suelo es un caos de ropa y almohadones. Me vuelo a recostar a tu lado. El ténue sol de la mañana se cuela por la ventana del salón iluminado tu pelo rubio. Con un dedo recorro tus parpados cerrados, deleitándome con el cosquilleo de tus pestañas, bajo por el puente de tu nariz hasta llegar a tus labios. Al posarme en ellos, me besas las llemas, esbozas una amplia sonrisa, y dices -Buenos dias- en esa voz tan sexy que te gusta poner cuando hablas mi idioma.
Te has empeñado en que duerma toda la noche sobre ti -el truco está en el hombro- dijiste, pero aun así me acercas más a ti, recorriéndo con tus manos mi cadera hasta dejarlas caer por mi espalda. Nuestros cuerpos casi no han tenido tiempo de conocerse pero aún así sencillamente, encajan, como si hubiesen sido las dos piezas perfectas de un puzzle.Podía quedarme para siempre en este preciso momento, no necesito más.
He encontrado a mi alma gemela. He tenido que cruzar el jodido océano, pero ahora que te he encontrado, cualquiera que conozca será incomparable a ti.
Te colocas encima mío, me miras fijamente con una mezcla de ternura y posesión, con esos ojos verdes brillantes que tienes y rompes de nuevo el silencio, esta vez en inglés:
- Apesta.
-¿El qué?
- Que te vayas mañana.
Con un nudo en la garganta contesté:
- Lo sé