Van y vienen. Sólo te das cuenta de su existencia cuando el mar ha estado en calma y te golpean por la espalda.
Generalmente, la primera advertencia es cuando el mar comienza a moverse con su característico vaivén. Pero te dejas mecer. Te arrulla con ese nuevo movimiento, y te dejas llevar porque incluso el clima acompaña y te olvidas por completo de la orilla.
La corriente te lleva. Todo parece en calma pero el tiempo es inclemente, impetuoso y tiene voluntad propia, todo comienza a agitarse y te comienzas a marear...es cuando levantas las cabeza y te encuentras con una furiosa ola de frente, que te engulle.
Procuras por todos los medios salir a la superficie, pero en cuanto parece que eres capaz de tomar aire, aparece otra que te hace girar, te retuerce, te enreda en sus torbellinos y te ahoga haciendo que la angustia se apodere de ti porque parece un bucle sin fin, que te abruma, asusta y te levanta el estomago.
Te quedas confundido, con el cielo por suelo y el suelo por techo.
Sólo te queda luchar hasta que quedas agotado, las piedras y la arena te golpean, arañándote el rostro y despellejándote la piel.
A lo mejor, las olas te llevan a tierra firme, donde quedas molido y maltrecho, esperando y deseando que alguien te descubra y decida por su propia voluntad salvarte.
La peor de las suertes es cuando te invitan a bañarte de nuevo y te dejan otra vez a la deriva, esperando la siguiente ola.
Cada vez odio más el mar.
2 y tu que me cuentas:
Pero, cuando no llegan esas olas... ¿no las echas en falta?
¿Un bañito? ;P
Saludos.
Publicar un comentario